AUTOR: Àngels Codina
4 de enero de 2016
Melodías hipnóticas con aroma de salitre
Érase una vez un sardo de sonrisa luminosa que sólo vestía camisetas de rayas rusas de color azul marino y blanco. Vivía en Barcelona. Y le gustaba. Decía que el olor del mar le hacía sentirse más cerca de su Cerdeña natal.
Se ganaba la vida con la música. Tocaba un instrumento de 18 cuerdas, un híbrido entre guitarra, barítona, violoncelo y batería dotado con macillos, pedales, y algunas hélices a velocidad variable. Orquestado con ingenio, producía melodías raras, fascinantes, hipnóticas. Es más, cualquiera con los ojos cerrados habría pensado que eran obra de una banda entera y no de un sólo hombre. Aunque cueste creerlo, no estoy describiendo un personaje de cuento, sino a un músico de carne y hueso: Paolo Angeli.
Con giras por los cinco continentes, Angeli carga con una larga trayectoria musical a sus espaldas, y es reconocido entre los círculos experimentales por su habilidad con la guitarra preparada.
Se trata de un instrumento casi único ―solamente existe otra igual, propiedad de Pat Metheny, que la encargó a Angeli tras verlo actuar―, y su origen se remonta a los años noventa. Angeli, que por aquel entonces llevaba años dedicándose a la música experimental, conoció al viejo guitarrista sardo Giovanni Scanu. Éste le enseñó los cantos típicos a guitarra de la isla.
En aquella época, Angeli también conoció a Fred Firth, un músico famoso por tunear sus guitarras, y fue entonces que Angeli decidió fusionar tradición con vanguardia, y la guitarra sarda con la guitarra preparada de Fred Firth.
El resultado es el que podemos admirar en los escenarios que pisa este barcelonés de adopción con acento sardo y pinta de marinero. Sus canciones oscilan entre el free jazz, el folk noise y el minimal pop, y pueden gustar más o menos, pero lo que es seguro es que no dejan indiferente a nadie.
Foto: Nanni Angeli